miércoles, 12 de febrero de 2020

Nuevas historias animales

Acabo de escribir esto en Lunesporlamadrugada: Historias uterinas El domingo participé del Ritual y sanación del útero a través de siete generaciones. La verdad es que no vi nada ni me conecté con nada ni llegué a ninguna parte. Confirmé sí mi curiosidad por mi linaje materno e imaginé quiénes serían la madre, la abuela, la bisabuela de mi bisabuela sobre la que flasheo hace tanto historias entre los guaraníes y los gitanos. Ahora que lo escribo, siempre siempre la escritura como revelación, pienso que lo que me causó gracia el domingo por ridículo y vacío, ahora me parece muy interesante: buscando en la ensoñación alguna memoria ancestral de útero en útero hacia atrás, lo único que veía era río y selva y, pienso, que había señas de animales, yaguareté, caimán. Es un flash, malo para decirlo en voz alta pero genial para escribir historias. ¿Madre caimán? ¿Madre puma? ¿Abuela yacaré? ¿Abuela chamana cambia pieles? Me avivo escribiendo. Y me avivo de que me paso el día llorando (interiormente) por lo que me falta, lo que no tengo, lo que extraño, les que no me quieren o no encuentro. Y tengo todo ahí para hacer, para escribir, para ser yo mucho más yo y completa. Y cómo me cuesta hacerle lugar: No digo que no lo haga, porque a lo largo de mi vida, he hecho mucho pero nunca le doy la centralidad que se merece. Uf. Seguiré por aquí. Esto de las vidas animales me ronda hace mucho y, de repente, cuaja. Pensemos que estuvo allí madurando y, como mi reencuentro con la música, de repente va a explotar de deslumbramiento acumulado.

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