lunes, 23 de noviembre de 2020

Me encontré a Simone en la pieza

  Estaba en medio de mis extraños despertares. Extraños y largos porque incluyen medicación diaria, frutas, mates, atención de plantas, higiene personal y de superficies cotidianas como cama, baño, cocina. Tareas obligatorias pero que hago desordenadas y sin método, incluyendo agua para las plantas y algún ataque interruptus de "María Trapito", sobre todo ahora que no tengo apuro para salir de casa.

Y ya hace unos días que veo, directo delante mío cuando me acuesto, en el estante más alto de arriba del smart, algunas telarañas y capa de polvo excesivo. No sé por qué pintó justo hoy traer una silla y subirme a limpiar sólo esa parte, porque acometer limpieza completa de cualquier de mis bibliotecas es más para ponerme de mal humor que para disfrutar del contacto. Y ahí, horizontal y apenas mostrando su lomo gordo pero amarillento y ajado, entre otros libros secundarios a los que no doy bola hace mil, agarro este La force de l´age, de Simone de Beauvoir: en francés, sin mi firma ni fecha que lo ubique en mi biocronología lectora, y justo justo cuando estoy leyendo cartas en francés dirigidas a Victoria Ocampo, y su Autobiografía y la novela de Silvia Molloy, El común olvido, y alimentando con todo eso mi novela de la tía Inés que, coherente por fin en sus multiversidad, quiere hablarnos de la memoria, la línea materna y la vida entre mujeres.

Lo empecé ya al toque. Resulta que es autobiografía, continuación declarada y teorizada en el prólogo por ella misma de Memorias de una joven formal, ese bodoque mítico en mi vida porque nunca entendía qué me quería decir mi mamá al darmelo a leer cuando yo tenía ¿14? ¿15? y que nunca pude terminar. Ahora que lo pienso, creo que se lo pasé a Magdalena y no sé si ella lo leyó pero fue de los que eligió llevarse cuando se mudó hace cuatro años (creo que lo he visto en su biblioteca que tanto me gusta chusmear para ver los cruces entre lo que le di yo, lo que me pidió ella y lo que fue agregando sin ni siquiera contarme, atrevida).

Creo que en vez de pedirle a Magda ese ejemplar heredado, voy a conseguirme el mío en francés. Porque vale el gesto y porque es un placer "en plus" constatar que leo en lengua original igual de cómoda y veloz pero mucho más cercana y embobada por el estilo.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Mi sueño anterior

 Agrego que el protagonista de mi sueño de anoche es varón, está casado, le tengo mucho cariño pero nunca había pensado en él como sujeto amoroso. Sí me sorprende y me alegra descubrir en mí algún tipo de deseo erótico hacia otro cuerpo, que andaba demasiado ensimismada últimamente.

Sueños húmedos

 Es un sueño, no flasheen. No voy a decir el nombre de la persona que venía a ¿la casa de mi vieja de Giribone? donde yo estaba porque se había juntado toda mi familia porque ese día mi mamá recibía ¿como herencia? ¿firmaba la escritura? de unos terrenos (?????). La cosa es que yo recibía a esta persona (solo diré que es alguien muy concreto, que nunca vi en persona culpa de la cuarentena pero que conozco en la realidad, que no tengo idea de por qué me pintó erotismo ahí pero sospecho que en el mismo sueño, como vereis, se iba despertando ese deseo a causa de la cotidianeidad), digo, yo recibía a esta persona sorpresivamente, porque pandemia no deberíamos vernos en persona, medio en camisón, a medio vestir, en un ambiente que era como una terraza compartida y muy amueblada tipo la que estuve en pensión de Sevilla (más cerrada), que tenía como mantas en el suelo por las que gateábamos y había al lado un espacio tipo cocina pero que era del vecino. 

Mis ¿hermanites? ¿sobrinites?¿perros? ¿gatos? (me acuerdo de esta persona tratando de que unos gatitos diminutos, bebés pero también tipo de juguete, no se cayeran por el borde del tejado) interrumpian todo el tiempo corriendo, jugando, tirando cosas. Me acuerdo de mi hermana Florencia, con su aspecto actual, entrando en este "fondo" con una copa de champan en la mano y explicándome por qué brindábamos, cosa que a mí me importaba una teta.

En un momento yo le decía a mi visitante que tuviera paciencia, que me perdonara el kilombo pero parecía muy divertide y me decía que no pasaba nada. Seguíamos hablando de música, de historias de vida y del flamenco, hasta que yo sentía que tenía que decidir si buscaba un beso o dejaba que viniera de su parte. Me encanta todavía sentir esa tensión que hace rato no siento.

Al final, yo decidía cerrar la puerta para que no circulara más gente y nos poníamos a limpiar el piso entre trapos medio juntando migas y pochoclos o pepas en cuatro patas. Era muy cachonda la situación. Veo todavía todo el tiempo su cara sonriente y divertida. Y me desperté: demasiado pronto pero contenta.