domingo, 31 de octubre de 2021

Rafael, el regreso

 Un mes le duró lo de "me mudo a lo de mi viejo". Durante quince días no le vi ni el pelo. A la tercer semana empezó a aparecer con la cabeza gacha, mansito, "a saludar a los perros y vos cómo estás, ma?"

Se quedó un par de noches "porque allá no tengo nefli pero ya voy a poner". Al mes exacto se me pareció en la puerta con mochila y guitarra de regreso. Bien, dando la cara, retomando los motivos que lo habían hecho partir y sus expectativas hacia el padre que ojalá no hubiera tenido nunca pero ya sabía yo que iban a ser defraudadas. Digo que lo peor hubiera sido que mijito creyera que sus problemas de convivencia conmigo son porque yo soy una mierda de madre y no porque él necesita crecer y tener sus propios tiempos y espacios sin estar chocándose conmigo. El pobre creyò que con su papá "íbamos a ser todos hombres pero mucha anarquía y corazoncitos pero mi viejo es un careta". Dice que, de repente, se encontró a él mismo limpiando baño, pieza, cocina y el progenitor dejando todo tirado pero marcándole cuándo no andaba una canilla o había un soretito en el inodoro o un trapito fuera de lugar. La vida es tan didáctica...

Ahora estamos mejor acá. Todavía le cuesta no criticarme ni creer que son críticas constructivas esas pelotudeces que se le dicen al otre para demostrar quién es más poronga.

La lucha es de igual a igual contra une misme

 Cómo me cuesta NO hacer nada: dormir, boyar, ir de flor en flor, no pensar, no atender a perros ni a gatos, ni autojustificarme, no intentar hacer algo útil.

¿Ùtil para qué? ¿Para quién? Qué difícil es caer en el placer cuando te han machacado tanto el sacrificio, el sufrimiento, la corona de espinas para ganarte lo que, occccvio, no te merecés.