jueves, 26 de enero de 2017

Qué suerte poder sentir la felicidad como orgullo y viceversa

Mijita se bajó del avión que la trajo de Neuquén a las 11.30 de ayer. Yo la extrañé un montón como la vengo extrañando desde hace dos meses que se mudó con sus amigas. Esperaba el día en que volviera de vacas y viniera a contarme. Pero a la mañana recibí un mensajito de la Euge, su amiga-amor (no tengo permiso para decir más porque ella no me dijo más que sus caras y sus gestos juntas), que habían llegado bien pero Magda no tenía crédito. La llamo y me dice que están en el tren a Retiro porque se van cuatro días a la costa. Dice que durmieron dos horas, cambiaron los bolsos y salieron de nuevo. Y se me llena la cara de risa cuando pienso en esas dos disfrutándose tanto y mirándolo todo y yendo de acá para allá. Me acuerdo cuando mi mamá intentaba a toda costa detener mis arranques veinteañeros, decirme que me tranquilizara, que ya estaba bien, que había salido un rato, que ahora descansara. Y eso que yo no hacía ni la mitad de lo que hace mijita. Entiendo el pánico y la envidia de mi vieja,yo también los siento, al pánico y a la envidia, pero ¿por qué mi vieja no sentía esta felicidad que yo siento por la felicidad de mijita? Igual, la Euge me prometió que el domingo vienen a hacerme cena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario