Ya me muevo por esta casa cómoda. Ya es mi pieza, mi mesa, mis bibliotecas, mi patio, mi vereda, mi jardín. Y el posesivo no es de propiedad, que eso se concretó hace cuatro meses con papeles, sino de pertenencia, de comunidad, de amoldamiento y aceptación.
Todavía estoy un poco inquieta de a ratos. Tratando de controlarlo todo. Fijando mi miedo inestable en los perros y las gatas y en el arranque automático del motor de agua. Bueno, también en mis plantas y macetas: que broten, que Docky no las rompa, que no se vuelen con la tormenta, que no explote nada.
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