Día a día, en mi nueva vida de no-madre y de única humana en misma casa, entiendo y disfruto de nuestra cuerpa multiétnica vegetoanimal.
Los perros, Fido y Simón, adoptados por Rafael, de quienes estuvimos tantos años discutiendo entradas y salidas a la vereda, al fondo o a donde sea, se instalan, panchos, sin apuro ni deseo de huir, detrás de mi butaca y me escuchan cantar, tocar la guitarra o participar de charlas, seminarios universitarios y congresos.
Lo extraño es lo extraño que me resulta NO tener que ocuparme de las necesidades de nadie sino que todes estamos bien, satisfechos, sin demandas y ocupándonos de mí misma.
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